Ganar el pan de las lenguas
Tatiana Oroño
Soy de la tribu del libro, leer es mi manera de pensar
(“La paradoja de mi tribu”, Juan Forn, Página 12, 20.10.13)
Yo traigo aquí una historia, la historia de
cómo fueron reescritos dos libros míos en otra lengua. Pero también vendrán a
la historia intervenciones de personas que participaron entonces y antes.
Porque las personas hacen la lengua. Son capaces de darle nacimiento, de
enriquecerla. En esa relación también la lengua es capaz de enriquecer la vida
humana. En ese sentido, el pan mentado en el título: el
alimento fuente: lo hacemos y nos hace. Elegí para mi título la glosa de un
texto literario que leeré. Me referiré hoy aquí también indirectamente a cómo
me he ganado el pan (en la mesa de la literatura). Cómo he trabajado. Qué voces
me alimentaron. El pan de las
literaturas/el pan de las lenguas es un pan eucarístico: es amasado, recibido,
vuelto a amasar, compartido.
El título de esta conferencia parte
de un texto poético que me trajo buena suerte y me llevó lejos: de mi mesa
viajó a la acogedora ciudad de Trois-Rivières a orillas del río San Lorenzo, en
Quebec (Canadá); y del resto-bar quebequense donde lo leí -una de las muchas
sedes del Festival Internacional de Poesía que allí se celebra- viajó a mi
primer libro bilingüe nacido en Francia, en la ciudad mediterránea de Marsella.
Ese texto es “Ganar el pan”[1]
-“Gagner le pain”- y así, en su español original y en su versión al francés, lo
leí una noche de octubre de 2001 en Trois-Rivières. Una noche mágica. “Gagner le pain” despertó una ovación, me
abrió el corazón de los presentes. Entre ellos se encontraba Gérard Blua, poeta
francés y editor de poesía que decidió publicarme en Autres Temps, su editorial.
Al otro día, para mi incredulidad uruguaya, manifestó su propósito en voz alta
ante Gaston Bellemare, presidente del festival que se celebraba y director de
la más importante editorial de poesía de la francofonía canadiense -Les Écrits
des Forges-, quien aceptó sumarse a la empresa. Y así había de empezar el viaje
al libro titulado: Todo tuvo la forma que
no tuvo // Tout fut ce qui ne fut pas.
Ese texto resulta doblemente
inaugural porque no solo inició mi viaje a la francofonía[2]
sino porque también acompaña este otro viaje, a mi origen, que esta
presentación en San José (convocada por la 8ª
edición de la Feria de Promoción de la Lectura y el Libro), representa. Por esto es que, tras leer “Ganar el pan”,
comentaré algunas cosas.
Ganar el pan
Ganar el pan de la poesía significa
primero entender lenguas. Segundo, hablar alguna
o varias. Chapucearlas al menos. Cómo se dice esto en esta. Así. Y esto en aquella: ¿así o así? A ver, fijate cómo dice
la gente, qué no dice, cómo se calla. Por qué no
dice. Porque hay cosas que no se dicen. ¿Por qué?
Ganar el pan con la poesía significa
otra cosa. Quiere decir que la poesía se vendió.
Con aquellos denarios o dineros se come sin necesidad de otras industrias. Hubo
mercaderes que la compraron,
¿para ellos o para su señor? Quién lo sabe. Quizá esos mercaderes entiendan lenguas y busquen el pan de la poesía.
Allá ellos, vos vas a comer. Pero
seguirás viviendo en la plaza.
Ganar el pan de la poesía significa
en segundo lugar vivir con el hatillo al hombro.
No se conoce lenguas por pararse en la misma esquina o sentarse en el cordón de la vereda. Aunque se esté al desnudo.
Hay que conocer los sinsabores del vagabundeo
para gustar el sabor del pan de las lenguas.
Ganar el pan con la poesía también
quiere decir que tu vida por un lado se complicó.
Tendrás que decidir si, con vivir en la plaza entre las voces del ir y venir
del mercado, es suficiente. O habrás
de echarte otra vez a los caminos aunque se haga el silencio completo. Hasta el tintineo del bolsillo enmudecerá.
El pan el pan. Nadie hace pan para
comérselo solo. No es lo mismo que hacer un
churrasco. La poesía. Eres tú. La lengua que te ve. El ojo que te dirige la
palabra.
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