Brecha, 12/10/2012
Una paideia desvelada
Las lecciones de Gurvich
Es una exposición
singular.* No se trata de una muestra colectiva como tantas. No es,
simplemente, la muestra de los alumnos de Gurvich. El guión propone una
estructura arborescente, pero no se va por las ramas. Son caminos para ver y
aprender el magisterio del arte y el arte del magisterio.
P a b l o T h i a g o R o c c a
Dos lecturas entre tantas posibles.
La primera, una exposición de discípulos de José Gurvich: sus opciones
artísticas, su diseminación creativa, las distintas maneras de entender el
hecho estético de acuerdo a los derroteros y circunstancias personales. Una segunda
lectura que no desdice la primera: el aporte pedagógico del maestro Gurvich, su
sistema educativo contrario a toda ortodoxia, o al menos “desvelado” en su naturaleza
abarcativa. Ambas formas de leer esta exposición, de aproximarse a ella,
destacan desde las “Dos lecciones” que nos reciben casi a la entrada, en la
planta baja del museo. A un mismo motivo, un bodegón como ejercicio pictórico,
se presentan diversos abordajes del propio Gurvich, de Adolfo Nigro, de
Ernesto Drangosch y de Héctor Vilche. Algunos, como en el cuento de Akutawa, no
sólo pintan sino que ven cosas diversas, dependiendo del ángulo de observación
y de la intensidad de la mirada. Algunos agregan o quitan elementos –una jarra,
una botella– para complejizar, simplificar o armonizar, según el caso, la
apuesta cromática, la búsqueda del tono. Notables todos por la sinceridad y el
arrojo de su pintura, por la manera con que se entregan a sus pinceles (en
cuyas paletas parecerían recién cargados).
La primera lectura, la de las
singularidades múltiples, puede entenderse necesariamente dispareja. Es
“conflictiva” por la elección del número de obras y su difícil representación
en el colectivo, porque reclama diferentes tiempos y atenciones en el
visitante. Éste debe bascular entre las obras del pasado creadas junto con
Gurvich (que se exhiben en el subsuelo del museo) y otras de una actualidad
–relativa– sin su presencia física (en el primer piso), y ese ajuste resiente
vacíos que sólo podrían llenarse con la contemplación de una cifra descabellada
de obras. Por tanto, la muestra está obligada a un “muestreo”, a una
“bocanada” de registros que “dicen” tanto por lo que enseñan como por lo que esconden
del camino recorrido.
La segunda lectura, la pedagógica,
hay que tomarla entrelíneas o auscultarla. Ayudan los textos en el piso de la
sala (hay que perder el temor y “pararse” sobre ellos como una base física
desde donde observar las obras) y, obviamente, la rica información que brindan
los testimonios en el catálogo. Pero la diversidad y la necesaria incoherencia
que puede suscitar la primera lectura habla a favor de la honestidad
intelectual de la segunda. Gurvich no instigó a la réplica creativa de su
obra, ni a la de otros maestros. Abrió el juego y en la manera en que abrió ese
juego de la creación radica la trascendencia de su legado. Al potente y expresivo
“primitivismo” de Gorki Bollar se complementa con el conceptualismo de Lilián
Lipschitz (ambos remiten de forma liminar a los pintores flamencos tan
admirados por Gurvich); la sólida estructuración espacial de Linda Kohen se concilia
con la poesía de Eva Olivetti; un leve collage de Ernesto Vila se da la
mano con el espesor matérico de una caja de Rafael Lorente; a la multiplicidad
cromática y explosiva de un Adolfo Nigro le sucede la cadencia “quebrada” de
la línea dibujística de Raquel Orzuj. Entonces, la asunción de intensidades disímiles,
el pasaje, el toque o el roce con el maestro, asumen la condición de una
enseñanza venturosa. ¿Qué tienen en común una vibrante pintura acrílica de
Clara Scremini y la cálida cerámica de Juan Cavo? ¿Qué hay entre un encendido
tapiz de Marta Morandi y los monumentales dibujos de Armando Bergallo?... y la
lista de nombres y preguntas podría continuarse. “El escenario montevideano
de la utopía universalista”, escribe en un texto de sala la curadora,
Tatiana Oroño, y allí hay tal vez un hilo de la madeja a punto de ser tomado,
una primera respuesta posible. También la estructura, respuesta anticipada del
legado torresgarciano. Pero además el ansia de libertad y de cambio constante
inducida por la cosmovisión y el aura de Gurvich (“Trabajen con alegría”,
aconsejaba con sabia generosidad). Es ese deseo de crear que parece mantenerse
con el fragor del “dulce” imperativo que el maestro espeta al monocromático
discípulo: “¡Mañana, levántese azul!”.
* Mañana,
¡levántese azul! José Gurvich: Una paideia desvelada, en el Museo Gurvich.
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